Estaba terminando de ordenar las fichas de los pacientes que atendí por la tarde, cuando entran dos personas con una caja de zapatos.
Nerviosos, agitados, asustados. Eran hermanos, de esa edad indefinida que va de los trece a los dieciocho.
“Doctor. Los encontramos en la vereda, mientras volvíamos a casa, están mojados por la lluvia.”
Me acerco a la caja de zapatos que depositaron sobre la camilla, tratando de adivinar cuál era su contenido. En mis años de veterinario los contenidos de las cajas de zapatos muchas veces fueron verdaderas sorpresas. Víboras, hamsters, zorrinos, hurones, palomas y hasta un monito en miniatura.
¿Qué será lo que encontraron en la vereda?
Eran dos gatitos, o gatitas - es muy difícil cuando son bebes diferenciarlos-, todos mojados, con los ojos todavía cerrados por lo que no llegaban a diez días de vida. Los gatos nacen con los ojos cerrados y los abren recién a los diez días. Muertos de frío, con secreciones en sus narices, con la posibilidad de una neumonía. Enfermedad muy grave que se produce por enfriamientos.
Seguramente fueron abandonados por alguien, que no tuvo la responsabilidad de tenerlos hasta que fueran grandes y luego regalarlos.
Probablemente quién los abandonó no sabía que llovería, que tendrían frío, que no tenían comida, que a esa edad les era imperioso tener a una madre gata para que les de su calor y su leche.
Supongamos que la ignorancia, esa venda en los ojos, les impedía ver el futuro de esos gatitos. Pero nada justifica la falta de responsabilidad. Si cada uno es responsable de lo suyo, nos llevaríamos todos mucho mejor.
Recuerdo al zorro cuando le dice al Principito: " Eres responsable para siempre de lo que has domesticado" en relación a la flor que tenía.
Si no conocen la historia del Principito, se las recomiendo. Pero, sigamos con nuestra historia.
Puse a los gatitos en una estufa especial para darles calor, mientras los secábamos con un secador de pelo, les administré suero porque estaban deshidratados y una vitaminas para que se reanimen. Los hermanos fueron a buscar una mamadera chiquita para alimentarlos.
Les di una fórmula especial para adaptar la leche de vaca que todos tenemos en casa y transformarla en algo más parecido a leche de gata. Se le agrega crema, un huevo, unas gotas de limón y unas gotas de vitaminas y minerales. Denles calor y diez centimetros cúbicos cada dos horas, de día y de noche. Fueron las palabras con que me despedí, ya era tarde.
En los días siguientes, surgieron algunas dificultades. La mamadera no servía porque por más pequeña, era muy grande para dos gatitos tan chiquitos. La reemplazamos por goteros. Uno de ellos no hacía caca y esto le producía dolor de panza. La gata, cuando los gatitos terminan de mamar, les lame la cola y con esto los estimula para que orinen y defequen, por lo tanto deben hacer lo mismo que millones de gatas vienen haciendo desde hace miles de años. - les decía, mientras me miraban asombrados - No lamiendolos, pero sí pasandoles un algodón mojado, como si fuera la madre con la lengua.
El resfrío que por suerte no llegó a neumonía lo controlamos con unas gotitas de un remedio homeopático. A los pocos días abrieron los ojos. Ocho días después los desparasitamos. Cuando nacen los gatitos la madre les pasa los huevos de sus parásitos (lombrices que están en el intestino) y a los 18 días, estos huevos se desarrollan y son ya parásitos adultos. Diez que tardan en abrir los ojos y ocho más, hacen los dieciocho que necesitamos para que actúe el remedio antiparasitario.
Todos los días venía alguien de la familia, algún hermano, el padre, la madre. Todos se turnaban para el cuidado. Los gatitos se salvaron gracias al trabajo en equipo. Recuerdo la cara de felicidad de esa familia cuando les comunique la buena noticia. Incluso los gatitos que ya casi no entran en la caja de zapatos, asomando sus cabezas para escuchar mejor.
Hoy les doy el alta. Están curados. Bienvenidos al mundo.